De: Cinthia (@cgdalama)
Me gusta la semana antes de que empiece la semana de las fiestas. En mi cabeza la última de noviembre y las dos que le siguen son una maratón de estrés y cansancio, pero las últimas de diciembre son de respirar y disfrutar. Ojalá todo pudiese ser respirar y disfrutar más, ¿no?
No sé si te pasa, pero todo lo que te escribí hasta ahora lo hice en mini ratitos que tuve en esa vorágine. A veces muy angustiada, a veces enojada y a veces más tranquila.
"No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino." Es algo que recuerdo cada vez que escribo un mail que me salve. Es el consejo nueve del decálogo del cuentista de Facundo Quiroga.
Pero aún así decido venir con toda la emoción del momento a escribirte. Porque creo en el poder de expresar todo lo que siento y me pasa en un contexto tan particular como el que estamos viviendo. Justo ahora estoy un poco corriendo, y siento que se nota. Pero no sé cuánto pueda escapar al mood de dejar todo listo antes de empezar el año nuevo. Me supera, así que me entrego a seguir en esta.
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Allá por octubre de 2001, little Cinthia estaba en sexto grado. Seguramente había un clima parecido a este que te digo: estrés y cansancio. No lo tengo muy presente porque mis preocupaciones tenían más que ver con hacer la tarea y mantener el uniforme del colegio impecable. Me acuerdo que estaba en clase de Ciencias Sociales y un compañero preguntó "¿Qué podría ser peor?". No recuerdo puntualmente sobre qué, pero me acuerdo la respuesta de la docente como si hubiese sido ayer: "Siempre se puede un poco peor."
Mis papás siempre fueron bastante buenos en resguardarme de la realidad. Me gusta pensar que siempre fueron justos y austeros con todo, pero me hubiese gustado que me tuvieran más al tanto, sobre todo por lo que estaba por venir. ¿Viste ese miedo de no saber lo que está pasando? Tal vez ya tenía ansiedad cuando tenía 10 años y recién me estoy dando cuenta ahora.
Desde entonces pienso que siempre se puede estar peor porque, ¿hay algo peor que estar sumergides en una crisis económica tan profunda en el medio de una pandemia? Seguramente sí, pero no es el punto pensar en escenarios alejados cuando sabemos con certeza que el mundo se está prendiendo fuego ahora mismo.
"It's the terror of knowing what this world is about" (Es el terror de saber sobre qué va el mundo).
No podría resumirlo mejor. Creo que siempre tuve la sospecha de que no estaba todo bien: mi papá tenía mucha cara de cansado todo el tiempo y trabajaba mucho. ¿Pero qué podía decir o hacer yo con 11 años recién cumplidos allá por diciembre de 2001?
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Últimamente -y desde que empezó la pandemia- vivo en la dicotomía entre rendirme y seguir haciendo. Saber que la realidad es un montón de cosas buenísimas y también otras que me asustan es muy confuso. No poder controlar la mayoría de las cosas me resulta bastante terrible, pero un poco poético también. Es bastante recurrente el pensamiento de "no voy a crear algo nuevo, todo está hecho ya".
No puedo parar de hacer cosas. Incluso cuando digo "BASTA, voy a parar", le vuelvo a decir que sí a alguien que me pide algo. Debe ser maravilloso hacer una sola cosa por vez pero no me pasa, así que abrazo y convierto en maravilloso esto de hacer ochenta cosas. Porque parte de darme cuenta de todo lo que nos rodea es que nada me resulte suficiente para poder parchear todo lo horrible. Entonces hago mil cosas al mismo tiempo para saciar un poco esa pesadez que siento de no estar haciendo algo nuevo que incline la balanza hacia esas cosas buenísimas.
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Hace unos días terminé un rewatch de Sex and City para tener un poquito más de memoria para ver And Just Like, nueva serie, mismos personajes.
En la cuarta temporada, por una seguidilla de -en mi opinión- malas decisiones, Carrie termina teniendo que comprar su departamento pero no tiene plata para pagarlo. Entonces, mientras habla con su amiga Miranda, tira la mejor frase de toda la serie:
"I've spent 40,000 dollars on shoes and I have no place to live? I will literally be the old woman who lived in her shoes!" (Gasté $40,000 dolares en zapatos y no tengo un lugar para vivir? Voy a ser literalmente una señora vieja que vive en sus zapatos).
Al margen de lo gracioso que pueda sonar, no podría sentirme más identificada. No porque tenga un montón de zapatos, sino porque tengo un pésimo manejo de mis finanzas a veces. Gasto muy mal mi plata, pero trabajo tanto que lo justifico con eso. ¿Un vestidito nuevo? Claro, ¡sí!, si el otro día te quedaste hasta las 3 am actualizando la web de tu emprendimiento, te lo merecés
Pero después me da culpa, obvio. Porque siento que tendría que estar haciendo algo más que comprarme cositas, tal vez ahorrando para una casa -que me parece incomprable- o teniendo un plan más sustentable. Pero la casa, la familia, el auto, hijos, son cosas que no me interesan. Al menos por ahora.
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Tengo un recuerdo de cuando estaba en el último año del secundario y tenía una materia que se llamaba Publicidad que me encantaba. Por alguna razón, hablábamos de la felicidad y mi profesor nos dijo "no se puede sentir felicidad todo el tiempo". A mi me resonó un montón esa frase porque yo venía de una depresión muy heavy y me hizo sentir que -por ahí- no era la única persona que no se creía la farsa de que el sentimiento standard es estar feliz.
Y realmente es algo que me pregunto mucho, y aún no resuelvo: ¿cómo puedo ser feliz con toda la hostilidad que hay alrededor? ¿Tengo que fingir demencia y aceptar que puedo ser feliz igual? No sé cómo darle la espalda a todo eso. Tampoco sé si quiero. Tal vez todavía sigo deprimida. Quién sabe.
Me gustaría sacar una conclusión de todas estas frases inconexas que hacen este email, pero creo que es justamente eso: tal vez no todo siempre tiene que tener tanto sentido. Tal vez hay algo más allá de todo esto que normalizamos.
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De: Emilia (@emiruizdeolano)
Hola, amiguita. Tengo muchas ganas de darte un abrazo.
Yo ando más melancólica que la mierda, igual creo que hay algo bueno en estar así, ojo. De eso de tener la espina de la angustia tan fijamente clavada que la sensación de llanto y carcajada es constante. Y como no sabés para qué maldito lado se te va a disparar, aguantás y seguís. Estoy comiendo poco y caminando mucho y no sé si es el verano o la evolución de mis obsesiones. Cuestión que en razón de 20 a 45 minutos te meto un Recoleta-Palermo, o un Palermo-Chacarita, o un Chacarita-Almagro, también un Almagro-Palermo, y para qué mentir, si estoy muy pasada hasta un Microcentro-Palermo. Me gusta jugar a las carreritas conmigo misma y ver cómo van cayendo en el camino todos esos mensajes que hacían demasiada presión en mi cabeza como para ser enviados.
De todas formas el gasto en taxis no baja, ¿cuánto mejor andaría mi economía si no tuviera conectada la tarjeta de crédito en esa maldita aplicación de movilidad privada? ¿Sabías que ya van dos veces que quiero decir puta o puto pero me explota el termómetro de la corrección política entonces digo maldito o maldita porque total, qué carajo me importa quedar como una boluda?
Hay algo bueno, decía, algo poderoso en todo esto. Lo tengo aprendido de hace millones de llantos, exactamente 28 fines de años. Una en la desesperación se angustia y piensa oh, no, todo es una mierda, no aguanto, mi vida es patética, me estoy muriendo. Y está muy bien, en realidad, esa muerte. Especialmente para poder recordarla y darte una palmadita en la espalda a la mañana siguiente, cuando con la cara hinchada y los ojos achinados una vuelve a despertar y es igual que renacer. Tengo una teoría y es que por cada muerte que nos permitimos una nueva versión de una misma se va gestando, una decididamente menos vulnerable, y en ese sentido, una mucho más perfecta.
¿Qué entendés por perfecto? Yo instantáneamente pienso en la fuerza. ¿Habrá algo más perfecto que ese momento en el que reconocés que la próxima vez van a tener que venir con una aguja mucho más gruesa y clavar mucho más profundo para lograr el mismo efecto? Y vos tipo jaja hasta acá llegaron giles, no pasarán. Te vas curtiendo.
Este fin de año me encuentra así, mucho más curtida. Ya no pienso tanto antes de ir a algún lugar, simplemente voy y me abro a la experiencia. No me paro de cruzar a personas que no veía hace un montón y está buenísimo, aún con todos los muertos que esto incluye, que a algunos hasta les doy un besito y sigo. Siento que hay algo en mi vida social que se está reactivando de una manera mucho más plantada, ¿podés creer? ¿estaré en un gran momento o ya estoy más allá del bien y el mal? La cosa es que ya no tengo miedo ni necesito ocultarme de no hacer algo porque tal pueda llegar a ir o tal otro pueda estar mirando. Quizás antes tenía una resistencia a volver a ciertos espacios, y ahora no les escapo, sino que me muevo distinto dentro de ellos.
Si bien este mood de “voy a donde sea y con quien se me cante” me está sentando increíble, a veces la manija me lleva puesta y me siento un poco ridícula, porque hacer muchas cosas también significa gastar mucha guita todo el tiempo. Aunque a todos los recitales o eventos a los que asistí hasta ahora ingresé por lista -sí, pertenezco a cierto circuito privilegiado y no me quejo-, la sensación de que debería quedarme un poquito más quieta porque no son tiempos para estar haciendo cualquiera me persigue constantemente.
Es 20 de diciembre a 20 años de una de las peores crisis de nuestra historia como país, y lo que más pienso es que tuve y tengo mucha suerte. Y a la suerte hay que cuidarla.